Torrentes de lágrimas ,
que erosionan en nítidos surcos,
las piedras muertas de la vida vivida.
Y lamiendo estas heridas
las descubrimos saladas
o dulcemente amargas, o no.
Y volvemos a llorar por los residuos
que se quedaron en esos surcos
y por lo que de ellos nos llevamos
a arañazos,
dejando allí trozos de las uñas
de la vida, como testigos
de una lucha muda,
ahogada en sollozos,
que no son pocos
y a veces alborozos,
los menos…
Al final, mirando atrás,
viendo lo que hicimos
y lo que no hicimos,
volvemos a llorar.
J. Roberto Martínez Delgado(1993)